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Segundas nupcias
en la Iglesia:
Soluciones pastorales
Declaración de la Mesa Directiva de la Asociación para los Derechos de
Católicos en la Iglesia (ARCC)
Un gran
número de los católicos norteamericanos que se apartan de los sacramentos
(y que casi nunca van a misa) lo hacen porque creen que ellos están en "un
matrimonio malo". Es decir, se divorciaron y, sin recibir una declaración
de anulación de la Iglesia, se casaron de nuevo. Lo bueno es que
probablemente ellos estén en un "matrimonio bueno", con anulación o sin
ella. Lo malo es que nadie se ha molestado en darles esa buena noticia.
Nosotros,
los miembros de la Mesa Directiva de ARCC que, en general representamos
una corriente principal del catolicismo americano, creemos que ya es hora
de molestarse—es decir, de informar a las personas que se han casado por
segunda vez sin haber anulado su primer matrimonio, que no deben apartarse
de la misa ni de los sacramentos. Creemos que tenemos el deber de aportar
nuestros bien fundados conocimientos sobre este asunto que hasta ahora ha
sido víctima de muchos malentendidos que han conducido a una alienación
innecesaria de la Iglesia, y a una decimación (o, con más precisión
quizás, la pérdida de una cuarta parte) del número de miembros de la
Iglesia. Esto no tiene que ser así.
Algunos
sacerdotes han estado haciendo un trabajo muy bueno ayudando a las parejas
a regularizar los llamados "matrimonios irregulares" mediante el proceso
de la anulación y también fuera de ese proceso, en lo que se llama "el
fuero interno". Pero muchos pastores están haciendo esto de una manera
silenciosa y oculta, lo cual es injusto para aquéllos que no tienen esta
información. Todos debemos estar informados. Como miembros de ARCC,
tenemos el deber de informarlos. En el espíritu del Vaticano II, tenemos
el deber de hacer que la Iglesia funcione para todos, incluso, y sobre
todo, para aquéllos que están heridos o errantes.
Los Padres
del Vaticano II describieron a nuestra Iglesia como una Iglesia peregrina.
Con eso, querían decir que todos hemos tenido que caminar a través de la
historia, unas veces con orgullo, otras dolorosamente, a veces andando, a
veces cojeando, y no siempre con éxito en nuestros esfuerzos por seguir el
evangelio. Es un hecho que los Papas guerreros del fin de la Edad Media y
principios del Renacimiento cojearon mucho. Algunos llevaron vidas de lujo
y libertinaje, construyendo palacios para sus amantes y dando parte de lo
sobrante de las tesorerías de las Cruzadas a sus hijos ilegítimos. Que
aquellos que nunca cojearon tiren la primera piedra.
Muchos de
nosotros cojeamos de muchas maneras. Parte de nuestra cojera tiene que ver
con nuestro matrimonio. Muchos somos hijos de divorciados. Algunos
crecimos con uno solo de nuestros padres que luchaba por abrirse camino y,
aunque no sabemos en realidad en que consiste un buen matrimonio (porque
nunca hemos visto uno de cerca), nos casamos. A veces, estos matrimonios
no duran. A veces, algunos de nosotros nos vemos abandonados, o atrapados
en un matrimonio con alguien a quien encontramos "intolerablemente
incompatible." Como Ana Thurston escribió en "Living with Ambiguity,"Doctrine
and Life 44 (1994): pág. 538, "Hay relaciones que se vuelven
destructivas para todos los participantes y . . . no es posible hablar de
tales matrimonios como 'símbolos de la unión entre Cristo y la Iglesia'".
Y por esto nos divorciamos. En un período de tres años después del
divorcio, muchos de nosotros (tres de cada cuatro mujeres, cinco de cada
seis hombres) nos casamos de nuevo--para no estar solos, para tener
intimidad sexual y el apoyo que el matrimonio proporciona. A veces nos
casamos con el fin de crear un hogar mejor para nuestros niños. ¿Somos una
contradicción viviente del ideal católico--que supone que el matrimonio
debe ser para toda la vida?
No
necesariamente. Como peregrinos en una iglesia peregrina, nos levantamos
de nuevo, nos preguntamos qué hicimos mal, y lo intentamos otra vez. No
queremos vivir solos. Nos gustaría tener niños. Nos gustaría ser buenos
católicos. Y nos gustaría todavía creer que el matrimonio es para toda la
vida. El ya difunto Padre James Young, Paulista, que trabajó mucho por
abrir nuevos caminos para los católicos divorciados y casados de nuevo en
los años después del Vaticano II, escribió en 1986: "Los casados por
segunda vez no son personas que promueven el divorcio. Casi unánimemente
profesan una gran estima por el matrimonio para toda la vida, e insisten
que ellos nunca le desearían el divorcio a nadie. . . Acercarse a las
personas divorciadas es mirar a través de una ventana dolorosa la parte
escondida y oscura de la vida en los Estados Unidos y las muchas fuerzas
que dificultan un matrimonio duradero. Para la mayoría, las segundas
nupcias son una segunda oportunidad de vivir y amar de nuevo, otra
oportunidad de salvar una vida rota". ("Catholic Remarriage", pág. 40).
Teniendo
presente todo esto, los miembros de ARCC vemos con un poco de escepticismo
el llamado del Papa Juan Pablo II a los divorciados y casados de nuevo
que "vengan a casa" en el año 2000 (invitación repetida por muchos obispos
alrededor del mundo en anticipación del Año Jubilar). El llamado nos
parece poco realista, quizás incluso inconsiderado. En opinión del Papa,
muchos católicos que están divorciados y casados por segunda vez no pueden
conseguir anulaciones y, por consiguiente, según la disciplina actual de
la Iglesia, son indignos de recibir la Eucaristía. Por lo tanto, la
invitación del Papa --"Vengan a casa"--lleva una posdata sobreentendida:
"Pero no esperen quedarse para la cena."
Nosotros
creemos que muchos de los divorciados y casados de nuevo pueden venir a
casa, y quedarse para la cena del Señor, la Eucaristía, sin previa
anulación de la Iglesia.
¿Por
qué? En primer lugar, los divorciados y vueltos a casar todavía están en
la Iglesia. Es cierto que, durante 93 años aquéllos que en este país
volvieron a casarse después del divorcio estaban excomulgados--de acuerdo
con una norma adoptada por los obispos americanos reunidos para el Tercer
Concilio Plenario de Baltimore en 1884. Sin embargo, en junio de 1977, los
obispos americanos quitaron esta
excomunióntras reflexionar sobre el
gran descenso de asistencia a la Iglesia; ausencias que también mantenían
alejados de la Iglesia a los niños de esas familias. El Papa Pablo VI
confirmó esa acción más adelante en 1977 (Provost, pág. 147).
Ahora, la
posición oficial de la Iglesia, tal como fue promulgada por el Papa Juan
Pablo II en su exhortación apostólica de 1981, Familiaris Consortio,
n. 83, es que los hombres y mujeres que están divorciados y vueltos a
casar (sin una anulación de la Iglesia) están "en la Iglesia," pero no "en
plena comunión con Ella". Nosotros creemos que el Papa toma esta posición
porque desea evitar el escándalo, noción basada quizás en la opinión de
que cualquier cambio en la enseñanza tradicional de la Iglesia nos hará
tropezar en la fe. No. Al contrario. Nosotros creemos que es la
incapacidad de la Iglesia de hacer algunos cambios disciplinarios lo que
ha hecho caer a un número importante de buenos católicos en indiferencia
institucional o alienación. El escándalo real puede ser la rigidez
innecesaria de algunos sacerdotes que continúan apoyándose en lecciones
que aprendieron hace 40 años en el seminario.
De hecho,
teólogos y canonistas bien acreditados están poniendo en tela de juicio la
solidez doctrinal y la utilidad pastoral de negar los sacramentos a muchos
que han vuelto a casarse sin una anulación. Esta prohibición sacramental,
dicen algunos estudiosos de la Iglesia, está basada en una lectura parcial
(o quizás falta de lectura) de la historia del matrimonio (y segundas
nupcias) en la Iglesia.
La
Iglesia en la historia.
Como
muchos comentaristas del Vaticano II han indicado, los Padres del Vaticano
II nos dieron un nuevo punto de vista sobre la Iglesia en la historia.
Vieron una Iglesia en constante crecimiento, en constante cambio, y, al
verla así, ayudaron a humanizar la Iglesia de una forma extraordinaria.
Este cambio no fue una concesión a la debilidad humana. Está basado en la
teología de la Encarnación. Dios escogió entrar en la historia humana, y,
al hacerlo así, nos dio a entender que ser humano es algo más que
aceptable. Los que quisieran que la Iglesia bendijera el hecho de que
somos humanos y aceptara un tratamiento humano al problema de segundas
nupcias, citan los cambios que han ocurrido en la enseñanza y práctica de
la Iglesia acerca del matrimonio a través de los siglos. Dicen que el
saber algo de esta historia puede ayudarnos a ver las cosas en una mejor
perspectiva.
Joseph
Martos es el autor de un trabajo excelente sobre los sacramentos llamado Doors to the Sacred: A Historical Introduction to the Sacraments in the
Catholic Church. En ese trabajo, él escribe, "Durante los tres
primeros siglos de la cristiandad, los clérigos no tenían nada que ver
legalmente en asuntos de matrimonios, divorcios y segundas nupcias".
Además, añadió, "no había ninguna ceremonia litúrgica para el matrimonio
como había para el bautismo y la Eucaristía". No fue sino hasta el año
400, más o menos, que se les pidió a los cristianos que obtuvieran una
bendición eclesiástica para su matrimonio. (Es interesante notar que los
únicos obligados a hacer eso eran los obispos, sacerdotes y diáconos
casados). La opinión más compartida es que la idea del matrimonio como
sacramento fue propuesta primero por San Agustín, el primer y único autor
patrístico que escribió extensamente sobre el sexo y el matrimonio. Aún
después de San Agustín, hasta el siglo séptimo, "los cristianos todavía
podían casarse en una ceremonia totalmente secular" El matrimonio fue
declarado sacramento por primera vez en el Sínodo de Verona en 1184. La
Iglesia no consideró el matrimonio como definitivamente indisoluble hasta
el Concilio de Florencia en 1439. (Martos, págs. 409-34).
En cuanto a
la indisolubilidad, los cristianos siempre han sido conscientes de lo que
se cree que Jesús dijo sobre el divorcio, pero no estamos muy seguros de
lo que esas palabras significan. Uno de los biblistas católicos más
importantes, Raymond F. Collins, dice que hay ocho versiones de las
enseñanzas de Jesús sobre el divorcio, y que no hay ninguna manera fácil
de identificar cuál de ellas refleja la enseñanza en su forma original. (Divorce
in the New Testament, págs. 213-14).
Quizás
esto sea una buena cosa. En su esencia, las enseñanzas de Jesús se
referían especialmente a la libertad. Cuando habló de la ley, lo hizo
generalmente para insistir que vivamos según el espíritu y no la letra. El
grupo contra quien arremetió con más fuerza fue el de los fariseos que
insistían que todos, incluso el propio Jesús, siguieran la ley al pie de
la letra. Cuando esos fariseos reprocharon a Jesús por sanar a un hombre
en el día de sábado, él respondió con gran sentido común con una
pregunta: "¿Fue el hombre creado para el día de sábado o el día de sábado
para el hombre?"
A través de los siglos, un gran
número de buenos cristianos se han inclinado por un modelo de
interpretación excesiva de "la palabra del Señor," usando sus palabras de
manera que oscurecen la declaración de Jesús que El ha venido para que
tengamos vida y la tengamos en abundancia. ¿Fueron las palabras de Jesús
sobre el divorcio prescriptivas? Según muchos eruditos católicos,
probablemente no. El propio San Pablo hizo una excepción. Al pasar el
tiempo, otros líderes de la Iglesia (incluyendo algunos de los Padres de
la Iglesia) reflexionaron sobre las palabras de Jesús. Las
interpretaciones se multiplicaron rápidamente. Inevitablemente, estas
interpretaciones estaban condicionadas por los tiempos en que se
hicieron.
Las palabras
de Jesús en San Mateo 5:32 y 19:9 fueron interpretadas por exégetas de la
Iglesia primitiva como justificantes del divorcio en caso de adulterio.
Esas líneas permitían al esposo inocente volver a casarse. Pero los
líderes de la Iglesia primitiva usaron injustamente esa interpretación. El
concilio local de Elvira en España en los primeros años del siglo IV,
prohibió que una mujer volviera a casarse si dejaba a un esposo infiel,
pero no dijo nada sobre el hombre en la misma situación. En el Oriente,
Basilio de Cesarea escribió en el año 375 que una mujer abandonada
injustamente por su marido sería considerada adúltera si volvía a casarse,
pero un hombre igualmente abandonado injustamente por su esposa podría ser
perdonado si él volvía a casarse. Por otra parte, algunas eruditas
feministas de hoy día afirman que la prohibición de Jesús contra el
divorcio estaba condicionada culturalmente; su condenación del divorcio
fue un esfuerzo por neutralizar el abuso que observó entre los hombres
judíos de su tiempo quienes al divorciarse de sus esposas las
incapacitaban automáticamente para otro hombre, porque, nos dicen, ningún
judío con un mínimo de respeto propio se casaría con una mujer
divorciada.
Es
interesante notar cómo las iglesias Ortodoxas Orientales, donde los
hombres casados pueden ser sacerdotes (pero no obispos), desarrollaron sus
propias tradiciones. Ellos tienen una tradición muy antigua que afirma que
un matrimonio válidamente contraído sólo puede deshacerse por la muerte
física. No obstante, estas iglesias reconocen el divorcio en caso de
discordia matrimonial intolerable que consideran un tipo de muerte. Según
Lewis J. Patsavos, un canonista del Seminario Ortodoxo Griego de la Santa
Cruz en Brookline, Massachusetts, las Iglesias Ortodoxas no disuelven un
matrimonio muerto. Más bien, las Iglesias "reconocen formalmente que el
matrimonio legítimo carece de base y se ha disuelto ipso facto". Los
Ortodoxos Orientales consideran el divorcio y segundas nupcias como una
excepción, no la regla, pero cuando aceptan el divorcio lo hacen, según
Patsavos, en imitación de "la misericordia y comprensión ejercidas por
Nuestro Señor tan profusamente durante su vida."
La Iglesia
Occidental ha tomado una vía diferente, particularmente desde el Concilio
de Trento (1545-1563) que proclamó reglas y normas que habrían sido
irreconocibles para los miembros de la Iglesia primitiva, tanto de oriente
como de occidente. Desde Trento, la Iglesia ha proclamado públicamente la
indisolubilidad del matrimonio, junto con un gran cuerpo de leyes sobre el
matrimonio, y un gran aparato legal correspondiente para implementarlo.
Mientras tanto, los Papas han estado concediendo divorcios a todos,
excepto a los católicos.
Más de 400
años después de Trento, algunos de los Padres del Segundo Concilio
Vaticano (1962-1965), examinaron muchos de los legalismos de Trento, y el
propio Concilio produjo dieciséis documentos que llevaron a la Iglesia a
tomar una nueva dirección pastoral. Anómalamente, el aparato legal de la
Iglesia sobre el matrimonio permaneció intacto, posiblemente debido a una
renuencia a desafiar lo establecido en los últimos 400 años. Esa
situación, sin embargo, está cambiando. Obispos de todo el mundo (por
ejemplo, los obispos de Japón) ha estado requiriendo normas menos
estrictas que las enunciadas por el Papa Juan Pablo II en apoyo de la
revisión del Código de Derecho Canónico en 1983. En 1994, tres
obispos alemanes con altos cargos jerárquicos escribieron una carta
conjunta a sus fieles diciendo que estaban reexaminando la cuestión de las
segundas nupcias. No argumentaron en contra de la enseñanza oficial de la
Iglesia referente al aspecto sacramental del matrimonio por vida. Lo que
sí dijeron es que debería haber "espacio para una cierta flexibilidad
pastoral en casos individuales y complejos". ("Pastoral Ministry: The
Divorced and Remarried", págs. 670-73).
Este punto
de vista es compartido por un buen número de teólogos y canonistas
católicos americanos, según la Religiosa Margaret Farley, RSM, en su
"Divorce, Remarriage and Pastoral Practice", en Moral Theology,
Challenges for the Future:
. . . [L]a
polarización entre las opiniones de muchos teólogos y canonistas por una
parte y las posiciones tradicionales asumidas por funcionarios del
Vaticano por otra, parece ahora extremada. La percepción de una necesidad
de cambio proviene de la sólida experiencia contemporánea de la cultura
occidental sobre el deterioro de las relaciones matrimoniales así como de
un reconocimiento gradual de las legítimas diferencias que existen acerca
de las interpretaciones multiculturales del matrimonio y de la familia
(pág. 213).
En su
ensayo, Sor Farley se refiere a varios teólogos y a una variedad de
prácticas pastorales que "se inclinan fuertemente en la dirección de
permitir poner término a los esfuerzos por salvar la unión matrimonial
(primer matrimonio) y apoyar otros esfuerzos (en nuevos matrimonios) con
la plena participación en la vida sacramental de la iglesia".
La mayoría
de los católicos norteamericanos, practicantes o no, no están al día en
estas cosas. No leen artículos en las revistas teológicas, la prensa
secular no trata estos temas y, además, están bien entrenados en aprender
de Roma, y sólo de Roma, sobre los temas matrimoniales en cuestión.
¿Qué
deberían hacer los católicos? Primero, necesitamos evolucionar y crecer.
Muchos de nosotros hemos aceptado demasiado fácilmente las prohibiciones
enunciadas en las leyes de la Iglesia, y estamos tan acostumbrados a hacer
lo que nos dicen en lo que se refiere a la disciplina de la Iglesia que
nos es muy difícil tomar nuestras propias decisiones. Y deberíamos tener
presente que las leyes de la Iglesia relativas al matrimonio son cuestión
de disciplina, no de dogma. Una manera de crecer espiritualmente es saber
distinguir entre disciplina (que es reformable) y dogma (que no lo es)
para poder afirmar lo que creemos ser nuestros derechos.
¿Cuáles son
nuestros derechos? En la cuestión de segundas nupcias, tenemos el derecho
de buscar una anulación. Cuando tenemos problemas con el proceso de
anulación, también tenemos el derecho (y la obligación para con nosotros
y nuestras familias) de explorar otras alternativas.
El
proceso de anulación
El proceso
es algo más largo de lo que era, gracias a algunas nuevas condiciones
introducidas en el Código de Derecho Canónico de 1983. Desde
entonces, las decisiones de cualquier tribunal están sujetas a una
revisión automática por otro tribunal de apelación—lo que conduce por
supuesto a más retrasos. En otros aspectos, el nuevo Código facilita el
proceso de anulación. Los tribunales pueden admitir más fácilmente el
testimonio de la persona que busca la anulación, a veces incluso sin el
testimonio del otro cónyuge. Los tribunales están haciendo uso más y más
frecuentemente de un impedimento llamado "falta de discreción debida" en
el momento del matrimonio. Muchos matrimonios fallidos pueden caer bajo
esta rúbrica. Bajo ésta, y otras 13 causas de nulidad, los tribunales
diocesanos americanos están solicitando de Roma, y recibiendo, unas 58,000
anulaciones cada año.
Los
funcionarios del Vaticano han dicho, según informes recibidos, que 58.000
anulaciones por año es "un número demasiado elevado". Nosotros no estamos
seguros de qué quiere decir eso de "un número demasiado elevado".
Históricamente, las anulaciones de la Iglesia eran raras. Hasta una fecha
tan reciente como a mediados de la década de 1960-70, por ejemplo, sólo
unos cientos de anulaciones tenían lugar en todo el mundo. En 1996, sin
embargo, la Iglesia concedió unas 72.000 anulaciones para todo el mundo
(el 80 por ciento de ellas a católicos americanos). ¿Demasiados? En
términos humanos, como evidencia de que hay algo profundamente equivocado
en los modelos presentes de amor y matrimonio en la sociedad americana,
creemos que sí, que tantas anulaciones son preocupantes. Sin embargo, nos
preocupa mucho más el oír que sólo un diez por ciento aproximadamente de
los católicos norteamericanos que pudieran solicitar anulaciones lo
hacen.
¿Qué pasa
con el otro 90 por ciento? ¿Simplemente nos lavamos las manos ante todos
esos aparentes fracasos y caídas--y la consiguiente alienación de la
Iglesia que a menudo conlleva? No. Nosotros también podemos hacer algo por
ese 90 por ciento. Si el Papado no está dispuesto a confrontar este
problema con una medida de realismo, nosotros nos atrevemos a hablar por
la mayoría de la Iglesia. Nos proponemos sugerir y defender varias cosas
que pueden ayudar a los por otra parte fieles católicos a encontrar el
camino hacia una participación plena en nuestra comunidad.
La
ambivalencia de ARCC.
Nosotros,
como miembros de ARCC, tanto laicos como clérigos, nos sentimos
ambivalentes ante el proceso de anulación. En primer lugar, el tipo de
teología laberíntica que marca las complejidades del proceso puede
convertir a la Iglesia en el hazmerreír de la gente. Sheila Rauch Kennedy,
anglicana, expresó los sentimientos de muchos católicos cuando escribió su
libro colmado de furia, Shattered Faith, atacando a su marido,
Joseph Kennedy, y a la Iglesia católica por conspirar en lo que ella juzgó
ser un proceso de anulación engañoso. Sheila (y sus niños) obviamente
creían que había habido un verdadero matrimonio. Ella se preguntó cómo la
Iglesia pudo atreverse a decir que tal matrimonio no había existido. Ella
también creyó que una anulación de la Iglesia convertiría a sus hijos en
ilegítimos. Ésta es una noción común, pero falsa. Las acciones de la
Iglesia en estos casos—a pesar de todas las sutilezas legales del derecho
canónico--no tienen nada que ver con la legitimidad de un niño ante el
derecho civil. Sin embargo, creemos que la ambigüedad generada por el
proceso de anulación hace dudar de la honradez y sinceridad de la Iglesia.
Haciéndonos eco de un antiguo presidente americano, podríamos decir que
"Nosotros no somos malos." ¿Pero quién lo cree?
Además,
insistir que en cada caso se siga el proceso de anulación "puede incluso
ser inmoral". Esta cita proviene del franciscano Barry Brunsman, autor de New Hope for Divorced Catholics. ¿Por qué es inmoral? Porque
es un proceso que sólo puede beneficiar a un diminuto porcentaje de los
católicos del mundo. Hay diócesis en muchas naciones, dice el Padre Barry,
que ni siquiera tienen tribunales diocesanos. Algunas diócesis americanas
no tienen tribunales competentes, y aún los tribunales competentes y
buenos pueden procesar solamente una porción mínima de los casos en su
área. Esto se debe a que carecen del tiempo y del personal necesarios para
llevar a cabo el trabajo requerido, o porque muchos que reunen las
condiciones necesarias para la anulación no hablan inglés, o no tienen la
educación necesaria para llenar los formularios y juntar los documentos
requeridos, o no se matienen al corriente de un proceso que puede durar
meses, y a menudo años. El Padre Barry dice que hay ahora por lo menos 9
millones de católicos americanos vueltos a casar, y este número va
aumentando cada año. Él se pregunta cómo puede la Iglesia hacer
obligatorio un proceso que es tan imposible para muchos. Según un
principio moral bien establecido, nadie está obligado a hacer lo
imposible.
Sin
embargo, cuando el proceso de anulación se hace apropiadamente, puede
ayudar a aquéllos que tienen el ingenio para entenderlo (y la fortaleza
para completarlo). El proceso fuerza a quienes lo han vivido a pensar más
en serio sobre quiénes son, de dónde han venido y adónde van. Y puede
ayudarles a continuar su vida con más sabiduría. Incluso podrán sentirse
más seguros porque tendrán una declaración escrita que les asegura a ellos
mismos, a su familia y amigos y a la comunidad católica que han hecho las
cosas bien. Los católicos de hoy día también podrían sorprenderse
agradablemente (según donde vivan) al ver que las personas de los
tribunales de sus diócesis han encontrado maneras de hacer el proceso de
anulación menos penoso, más amable e incluso un poco más fácil de lo que
en un tiempo fue.
El problema
es que, aún en los lugares donde todo está al corriente, las declaraciones
de nulidad todavía toman demasiado tiempo. Quizás este sea el fin deseado:
hacer el proceso difícil puede desanimar a muchos a iniciarlo. ¿Pero es
esta una posición apropiada para la Iglesia? Nos gustaría sentirnos
miembros de una Iglesia que continúa intentado imitar a Nuestro Señor
quien insistió que había más alegría en el cielo por un pecador
arrepentido que por los noventa y nueve que nunca se alejaron. Al hijo
pródigo no lo dejaron esperando fuera de la verja; su padre salió
corriendo al camino para darle la bienvenida. Nosotros no creemos que
debemos poner un límite (o un período de espera) a nuestro amor y
aceptación de nuestros pródigos, nuestros propios compañeros peregrinos.
Si todavía creen, deberían intentar seguir viviendo como católicos lo
mejor que puedan incluso--y sobre todo--en su segundo matrimonio. Antes,
el proceso de anulación tardaba años, a veces incluso décadas. Hoy día,
algunos todavía deben esperar 18 meses o más para recibir una decisión.
Creemos que ninguna persona católica sincera debería tener que esperar 18
meses para recibir la Eucaristía.
Los miembros
de ARCC sabemos que hay soluciones pastorales disponibles para los que
están esperando una anulación, soluciones que también pueden aplicarse a
aquéllos que son divorciados y casados de nuevo, pero que no pueden (o no
quieren) iniciar el proceso. En el resto de este ensayo, presentaremos
esas soluciones pastorales para ayudar a los católicos que se hallan en
los denominados "matrimonios irregulares" a resolver sus dilemas morales
solos, o aún mejor, con la ayuda de sus pastores o consejeros que pueden
guiarlos en sus esfuerzos para discernir su situación en el Cuerpo de
Cristo.
La solución
del fuero interno
Hay una
solución pastoral que es compasiva, razonable, y teológicamente sólida. Se
llama la "solución del fuero interno". ¿Nunca ha oído hablar de él? No nos
sorprende. Es uno de los secretos mejor guardados en la Iglesia católica.
Los sacerdotes en las parroquias lo usan todo el tiempo confidencialmente,
incluyendo, a veces, en el confesonario. Por esto se llama "el fuero
interno". (El fuero externo es el proceso de anulación que acabamos de
describir).
El fuero
interno es algo privado, algo que nosotros resolvemos en oración y
reflexión sobre el estado de nuestra propia conciencia. Para llegar a una
solución tal vez necesitemos la ayuda de un sacerdote, dentro o fuera del
sacramento de reconciliación. A veces, tal vez solicitemos la opinión de
un terapeuta, o de otra pareja católica, o de miembros de nuestra propia
familia.
El
Padre Barry dice que la solución del fuero interno cae bajo la ley del
Derecho Canónico.
Parafraseando el canon 1116 del Código de Derecho Canónico de 1983,
dice:
. . . [S]i
una persona tiene el derecho de casarse ante Dios pero no puede conseguir
acceso a la autoridad apropiada en un mes, puede usar cualquier
autoridad, incluso solamente la de dos testigos. Esto es lo que se
denomina el canon de "la isla deshabitada". Se usa a menudo cuando dos
católicos se encuentran en un lugar sin sacerdotes debido a persecución
política o lejanía geográfica. Algunos abogados canónicos también aplican
este canon al caso de una pareja que viva cerca de la casa parroquial y
que tenga el derecho de casarse ante Dios pero que el sacerdote se niegue
a casarlos. (New Hope for Divorced Catholics, pág. 81).
El Padre
Barry cree que tal matrimonio puede considerarse que está dentro de la
Iglesia. Él es únicamente uno de los muchos sacerdotes y obispos con
orientación pastoral que mantienen este punto de vista. Citan también el
principio moral de epikeya, un tipo de virtud de sentido común que nos
dice cuando la ley es pertinente y cuando no. Los católicos americanos
están, en su mayoría, poco familiarizados con este concepto. Estamos
acostumbrados a que nos den toda la comida ya masticada. La epikeya nos
dice que no debería ser así. Epikeya es la versión eclesial del refrán
popular, "Ésta es la ley; ahora use su sentido común".
Aquéllos que
leen la prensa católica ciertamente saben que en este país hay una
división entre los sacerdotes y obispos que siguen la ley en sentido
literal y otros que, a veces, optan en cambio por el sentido común.
Algunos no saben que ha habido recientemente muchas contiendas bajo la
superficie sobre cuestiones del fuero interno entre nuestros sacerdotes y
obispos, enfrentando por un lado a los que interpretan la ley en sentido
estricto y, por el otro, a los que siguen el sentido común. Incluso
podemos citar algunos casos recientes que han salido al público.
Ejemplos:
En junio
de 1972, el Obispo Robert Tracy de Baton Rouge, Louisiana, invitó a los
matrimonios de su diócesis a que regresaran a los sacramentos si estaban
convencidos que estaban verdaderamente casados y que sus matrimonios
anteriores no fueron válidos o simplemente se habían extinguido--incluso
sin una decisión del tribunal diocesano. Tenemos entendido que en ese
momento otros obispos del país (en Boise, Idaho, y Portland, Oregón, para
nombrar sólo dos) también estaban admitiendo a una vida eucarística plena
a aquellas parejas que estaban ejerciendo la solución del fuero interno
sugerida por el Obispo Tracy.
Esta
situación era intolerable para el Cardenal de Filadelfia John J. Krol,
presidente de los obispos americanos. Anunció que estaba llevándose a cabo
un estudio de esta cuestión por la recientemente formada Conferencia
Nacional de Obispos Católicos (NCCB) y por la Santa Sede. Se refirió a
una carta de Roma que decía que, hasta que el asunto se decidiera en Roma,
"las diócesis no deben iniciar procedimientos contrarios a la disciplina
actual". En septiembre de 1972, la dirección administrativa de la NCCB
envió los resultados de su estudio sobre esta cuestión a Roma.
El 11 de
abril de 1973, el Cardenal Franjo Seper, presidente de la Congregación
para la Defensa de la Fe (CDF) en Roma, le contestó al presidente de la
NCCB. Se refirió al peligro de cualquier movimiento nuevo (aunque no
mencionó el nombre del Obispo Tracy) que socavaría la enseñanza de la
Iglesia acerca de la indisolubilidad del matrimonio. En otras palabras, él
dijo que Roma no aprobaría ningún cambio en "el fuero externo". Pero a
continuación urgió a los sacerdotes a que atraigan de nuevo a los
sacramentos a los católicos divorciados y vueltos a casar "aplicando la
práctica del fuero interno aceptada por la Iglesia". ¿Qué quiso decir el
Cardenal Seper con esta "práctica aceptada?" Tal vez estaba pensando en lo
que vino a ser el Canon 1116. O tal vez él simplemente pudo haber estado
consciente de que los teólogos morales durante siglos han defendido la
solución del fuero interno, según el principio de epikeya.
La dirección
de la Conferencia Nacional de Obispos católicos en este país (NCCB) quería
algo más claro. ¿A qué se refería el Cardenal Seper con "la práctica
aceptada por la Iglesia?" El 21 de marzo de 1975, el Arzobispo Jerome
Hamer, OP, secretario de la CDF, entregó esta respuesta al Cardenal Joseph
Bernardin, sucesor del Cardenal Krol en la presidencia de la NCCB: " .. .
[L]a frase debe entenderse en el contexto de la teología moral
tradicional. Estas parejas pueden recibir los sacramentos con dos
condiciones, que intenten vivir según los requisitos de los principios
morales cristianos y que reciban los sacramentos en iglesias en las que
ellos no sean conocidos para no crear ningún escándalo."
En otras
palabras, siguiendo su propia conciencia bien informada, según el
Arzobispo Hamer, aquéllos en segundas nupcias podrían volver a participar
plenamente en la Eucaristía. (Él no dijo, ni podría haber dado a entender,
"sólo aquéllos que estén viviendo como hermano y hermana pueden recibir la
comunión". Si una pareja no tiene relaciones sexuales, por qué iba alguien
a pensar que era escandaloso que comulgaran?) Pero, dijo el Obispo Hamer,
estas parejas en matrimonios irregulares no deben alterar las conciencias
de otros haciendo alarde de su situación. Para recibir la Eucaristía,
ellos podrían muy bien asociarse con otra parroquia.
Sin embargo,
hubo una facción entre los obispos americanos que intentaron conseguir una
aprobación del Vaticano sobre unas normas aún más explícitas. En 1977, un
comité de la NCCB escribió algunos procedimientos uniformes con respecto
al fuero interno y propuso que todas las materias relativas a él fueran
aprobadas por el obispo o por su delegado quienes deberían concluir con
una certeza moral que las parejas en cuestión realmente estaban recusando
la validez de sus primeros matrimonios antes de que pudieran ser admitidos
a los sacramentos. El Vaticano se negó a ello indicando que los tribunales
diocesanos ya estaban proporcionando esta certeza moral "en el fuero
externo". Pedirle a un obispo que aprobara aplicaciones particulares del
fuero interno en realidad era un intento de convertir el fuero interno en
algún tipo de fuero externo. Por querer mantener ambos fueros separados,
el Vaticano acabó dándoles más libertad a los católicos americanos de la
que el comité de la NCCB estaba dispuesto a concederles.
Como
miembros de ARCC aplaudimos este paso del Vaticano para conservar el fuero
interno. Hubiéramos estado satisfechos viendo a los católicos seguir "la
práctica aceptada por mucho tiempo por la Iglesia en el fuero interno",
como fue citada por el Cardenal Seper y el Arzobispo Hamer en sus
respuestas en nombre de la CDF. Pero nos causa malestar la agregada
advertencia de que las parejas que usan la solución del fuero interno
deben recibir los sacramentos en iglesias donde no sean conocidos, "para
que no creen ningún escándalo". Estamos en contra de esa estrategia. ¿Qué
crearía el escándalo? ¿El espectáculo de ver una pareja feliz que va a
comulgar? ¿O la idea que aquéllos que les vean ir a comulgar van a
concluir que la Iglesia ha cambiado sus enseñanzas en lo que toca a la
durabilidad y fidelidad en el matrimonio?
En sus
"Notes on Moral Theology 1995, Pastoral Care of the Divorced and
Remarried”, el Padre Kenneth R. Himes y el Padre James A. Coriden niegan
tal implicación: "Ni siquiera muchos católicos que han sufrido el tormento
del divorcio están a favor de que la Iglesia cambie su enseñanza sobre la
durabilidad y fidelidad en el matrimonio. Lo que ellos buscan es
comprensión y apoyo para sí mismos y para otros en la misma situación
cuando la realidad de su vida no alcance la belleza y la verdad de la
enseñanza". Y añaden: En la respuesta de la CDF no se aduce ninguna
evidencia para calibrar el riesgo de escándalo que resultaría de permitir
a los casados en segundas nupcias recibir la Eucaristía. Por consiguiente,
es por lo menos igualmente creíble que "el rechazo general de los
sacramentos a las personas divorciadas que han vuelto a casarse es causa
de escándalo porque debilita el testimonio que la Iglesia debe dar de la
compasión y del perdón de Cristo". (Himes y Coriden, pág. 118, citando al
teólogo moral Kevin Kelly, en "Divorce and Remarriage in the Church)" The Tablet 248 (1994) pág. 1374).
Además,
sospechamos que el recibir la Eucaristía clandestinamente daña
psicológicamente a la pareja en cuestión que actúa en buena conciencia. La
Eucaristía es parte de una celebración comunitaria. La pareja necesita la
aceptación y la aprobación de la comunidad, es decir, del pueblo de Dios.
Si la pareja no experimenta esa aprobación--que atesta una creciente fe en
el amor omnipotente de Dios, una fe que tiene puesta su esperanza en el
poder de Dios para recrearnos a todos—les será muy difícil mantenerse
fieles el uno hacia el otro, y ambos hacia la Iglesia.
El difunto
Monseñor Stephen Kelleher, presidente en su día del tribunal diocesano
para la Arquidiócesis de Nueva York, parece estar de acuerdo con esta
posición cuando escribió sobre el fuero interno (lo que él llamó la
solución "Bienvenidos a casa"):
Estoy
convencido de que, una vez que un matrimonio se vuelve irrevocablemente
intolerable y existencialmente muerto, cada uno de los cónyuges, sea cual
fuere su religión, tiene un derecho claro a divorciarse, a casarse por
segunda vez y a ser aceptad@ en la comunidad religiosa que escoja. Para
los católicos, esto quiere decir principalmente que serán bienvenid@s a
celebrar la Eucaristía plenamente, a recibir la Comunión exactamente igual
que otros católicos.... La solución Bienvenidos a Casa es la única
solución humana y cristiana durante nuestro tiempo en la historia.
"Divorce and Remarriage for Catholics", pág. 190.
El punto de
todo esto es que ha habido un movimiento liberalizador dentro de la
Iglesia--donde muchos teólogos y canonistas urgen un enfoque más realista,
más pastoral al problema de primeras y segundas nupcias, mientras que los
proponentes de una solución más legalista (no siempre el Papa y sus
consejeros en Roma) defienden la enseñanza antigua , un decreto del
Concilio de Florencia en 1439. Las autoridades aceptadas, como se decía en
libros de texto de teología moral, están divididas.
No hay nada
nuevo bajo el sol. Casi lo mismo sucedió durante los debates sobre el
control de la natalidad en los años sesenta, cuando la propia comisión
nombrada por el Papa se reunió durante un período de cuatro años para
reconsiderar la prohibición eclesial tradicional de la contracepción. La
enseñanza papal no era tan antigua; se remontaba a 1930. La comisión
recomendó un cambio del punto de vista tradicional según el cual la
contracepción es siempre pecaminosa. Pero el Papa Pablo VI respondió en su
encíclica Humanae Vitae de 1968 reafirmando la enseñanza de tres
Papas anteriores. Para entonces tras cuatro años de un debate mundial
acalorado, muchos católicos ya habían decidido por sí mismos. Si la
contracepción era inmoral, entonces el Papa no podría darles permiso a las
parejas para emplearla. Si no lo era, no necesitaban su permiso. Tomaron
esta decisión con seguridad y confianza siguiendo una tradición, muy
antigua en la Iglesia, llamada probabilismo. Si los católicos encuentran
opiniones diferentes en la Iglesia sobre cualquier problema moral, con
autoridades sinceras en lados opuestos, no tienen la obligación de seguir
el punto de vista más estricto--porque la ley está realmente "en duda." Y
las leyes dudosas no obligan. Véase Kaiser, The Politics of Sex and
Religion, pág. 215.
Pero Roma
sigue insistiendo en su opinión rigurosa con respecto a los católicos
vueltos a casar. En fecha reciente, 1997, el Papa Juan Pablo II y su
principal asesor teológico, el Cardenal Josef Ratzinger, dijeron que
quienes viven en una unión irregular sólo podrían recibir los sacramentos
si vivían "como hermano y hermana", en otras palabras, sin hacer el amor.
En este caso, creemos, junto con muchos moralistas católicos buenos, que
el Papa y su asesor han olvidado tal vez las nuevas percepciones
psicológicas y teológicas sobre el matrimonio logradas durante el
Concilio. Para los Padres del Vaticano II, hacer el amor constituye el
punto central del matrimonio cuando escribieron, "Este amor, que une lo
humano y divino, lleva a los esposos a una libre y mutua entrega de sí
mismos. . .. Este amor empapa todas sus vidas. En realidad, mediante su
generosa actividad, crece mejor y se engrandece".
Esto formaba
parte de un capítulo sobre el matrimonio en el documento preeminente del
Concilio, Gaudium et Spes, un pasaje que censuró la noción que veía
el matrimonio principalmente como un contrato legal con énfasis en la
propiedad privada y la herencia. Como un sacramento en Cristo, el
matrimonio es un intercambio mutuo completo, cuerpo y alma. Los Padres del
Vaticano II enfatizaron el carácter profundamente humano del amor entre
casados que tiene "matices afectivos que enriquecen las expresiones de
cuerpo y mente con una dignidad única y que ennoblece estas expresiones
como ingredientes especiales y señales de la amistad distintiva del
matrimonio. Este amor se expresa singularmente y se perfecciona a través
del acto conyugal". La palabra "singularmente" es una traducción del latín singulariter, palabra que no quiere decir que el amor conyugal se
exprese y complete únicamente mediante el acto matrimonial. Quiere decir
que el acto conyugal lo consigue por encima de todos los otros actos y de
manera más típica del amor que expresa y completa. Además, los Padres del
Concilio advirtieron a las parejas que no rompieran el amor y la intimidad
cuando "se encuentren en circunstancias donde, al menos temporalmente, el
tamaño de sus familias no deba aumentarse".
En otras
palabras, los Padres del Concilio dijeron que hay algo especial y bueno en
el amor carnal entre los casados. De hecho, como dijo San Pablo en su
primera carta a los Corintios, hay algo malo si uno está casado y no hace
el amor. Las personas casadas saben esto. Los sacerdotes casados en los
ritos Orientales lo saben. El clero protestante lo sabe. Si algunos
sacerdotes y obispos no lo saben, los casados tienen el deber de ayudarles
a comprenderlo.
Algunos
consejos prácticos
Supongamos
que los fieles católicos tiene suficiente madurez para emplear la solución
del fuero interno. He aquí cómo funciona. Supongamos que Tomás estuvo
casado, pero se divorció, y luego volvió a casarse. Supongamos que él se
casó con una católica. Vamos a llamarla Matilde. O quizás, Matilde y él no
se han casado todavía, pero quieren hacerlo. Tomás y Matilde todavía creen
en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y la tierra, y en Jesús
Cristo, su único hijo, Nuestro Señor que nació de la Virgen María, fue
crucificado bajo Poncio Pilato, y así sucesivamente. En otras palabras,
todavía son católicos. Sienten la necesidad de estar bien con Dios y
quieren compartir la celebración Eucarística en su comunidad católica.
Pero ellos
tienen esto del divorcio y segundo matrimonio, y quieren la bendición de
la Iglesia, pero, por muchas razones, no pueden--o no quieren--llevar a
cabo el proceso de anulación. (Algunos, por ejemplo, sienten que el
proceso es humillante, o una invasión de su vida privada, y otros no
pueden pagar las cuotas legales, aunque no son excesivas). Lo importante
es que, en el fondo, tienen una conciencia clara y limpia sobre este
segundo matrimonio.
Quizás nos
hayamos apresurado con esta conclusión. ¿Cómo saben Tomás y Matilde que su
conciencia está clara? Porque saben que el primer matrimonio de Tomás está
muerto, y que no hay ninguna posibilidad de dar marcha atrás. Tomás se
siente mal por el fracaso de su primer matrimonio, Tomás está cumpliendo
sus obligaciones legales con los niños de su primer matrimonio, y ambos
creen firmemente que vivirán una vida cristiana mejor en este segundo
matrimonio, y Tomás ni soñaría abandonar a Matilde así como Matilde ni
soñaría dejar a Tomás. Ellos creen que este matrimonio es bueno, y, en su
opinión, es lo que Dios quiere para ellos en estos momentos.
Los
canonistas que nos instan a usar con más frecuencia la solución del fuero
interno hacen una clara distinción entre dos tipos de segundas nupcias: 1)
un matrimonio que fue "inválido" pero cuya invalidez es difícil de
demostrar ante un tribunal diocesano, y 2) uno que fue válido pero que
ahora está muerto, y tan inservible como los prismáticos para un ciego.
Como dice un párroco en el libro de James Bowman Bending the Rules,
"las personas saben que hubo un [primer, válido] matrimonio. Pero no hubo
suficiente Dios en él para hacerlo durar toda la vida". En la práctica,
estas distinciones no significan nada para aquéllos que tienen que tomar
una decisión en buena consciencia. Tomás y Matilde todavía tienen que
decidir en su propia mente que lo que están haciendo es lo mejor.
Probablemente ellos no tengan la suficiente perspicacia legal para deducir
cuál de las 14 causas de nulidad de la Iglesia sería aplicable en el caso
de Tomás. Pero saben cuando el primer matrimonio está muerto. Casi desde
el principio, las iglesias Ortodoxas Orientales han continuado abrazando a
sus hijos e hijas que han experimentado varias formas de muerte
matrimonial. Pero puede haber más de un tipo de muerte de un matrimonio.
Muerte moral.
La muerte moral tiene lugar cuando el amor de uno de los esposos se
destruye o desaparece por sí mismo después de algún tiempo. Ciertas
acciones humanas pueden destruir el amor. Un incesto, asesinato,
violencia, o traición pueden causar que el amor se convierta en repulsión.
Uno de los cónyuges puede desaparecer, alejarse durante mucho tiempo (en
cuerpo o en espíritu), o zambullirse en el alcoholismo, abuso de droga o
una unión homosexual. En estos casos, los asesores aconsejan cautela y
mucho discernimiento. Preguntan si ha habido una muerte real o meramente
agotamiento, pérdida temporal de esperanza, o severa
indignación--condiciones que podrían ser curadas con sesiones de
asesoramiento, o con el paso del tiempo, o con eventos que provocan un
cambio radical en la relación de la pareja.
Muerte
psicológica.
Hay algunos desórdenes de la mente o del cerebro para los que no hay
ninguna cura--la enfermedad de Alzheimer, por ejemplo, o los efectos
permanentes del abuso de drogas. En la Iglesia Occidental, a los cónyuges
en perfecta salud de personas con enfermedades terminales les es muy
difícil persuadir a sus pastores que apliquen esta norma, o darse a sí
mismos la libertad de hacerlo sin sentirse de algún modo culpables de
traición, incluso cuando continúan cuidando del cónyuge enferm@. Pero los
cristianos ortodoxos no tienen ese problema. Sus obispos pueden y declaran
tales matrimonios muertos, y presiden las segundas nupcias.
Muerte
política.
La muerte política tiene lugar cuando una persona es llevada a la
esclavitud, sentenciada a un encarcelamiento de por vida, o escoge una
carrera política que aleje permanentemente al individuo del matrimonio.
Esta teoría se usó en los EE.UU. durante el tiempo de la esclavitud.
Muchos esclavos de amos irlandeses o franceses deseaban hacerse católicos.
Basándose en la teoría de muerte política, Roma dio permiso de bautizar y
casar en la Iglesia a aquéllos que habían estado casados en Africa pero
que se encontraban prácticamente separados para siempre de sus cónyuges.
Cuando Tomás
y Matilde se sientan seguros de que en su opinión el primer matrimonio de
Tomás está verdaderamente muerto, pueden proceder de varias maneras
diferentes.
Si ya
están casados por segunda vez:
- Ellos pueden simplemente asistir a misa y decir con todos los demás en la
congregación, "Señor, yo no soy digno de que vengas a mí, pero di una
palabra y quedaré sano". Y después ir a recibir la comunión, y a encontrar
en la presencia sacramental de Cristo el consuelo que siempre ha querido
que tengan, desde que presidió la Última Cena y les dijo a los Apóstoles,
"Hagan esto en memoria mía". Hoy en día, los sacerdotes y ministros de la
Eucaristía raramente se negarán a dar la comunión a cualquiera. El canon
915 dice que sólo a aquéllos que "obstinadamente persisten en grave y
manifiesto pecado" se les debe negar la Eucaristía. Es imprudente que un
ministro de la Eucaristía haga esta determinación. Deben saber que los
católicos tienen el derecho a la Eucaristía que es la esencia de nuestra
fe.
Dos
canonistas norteamericanos dignos de toda confianza, el difunto Monseñor
Stephen J. Kelleher y el Padre Lawrence G. Wrenn que en un tiempo
presidieron los tribunales en la Arquidiócesis de Nueva York y la Diócesis
de Hartford, Connecticut, respectivamente, han mantenido que todos los
católicos (incluso aquéllos cuyo primer matrimonio ha muerto) retienen el
derecho de casarse y el derecho de recibir la Eucaristía, aún cuando no se
haya concedido la anulación. Citan el Derecho Canónico. Los cánones 213,
843.1 y 912 establecen los derechos del creyente a los sacramentos, y a la
Eucaristía en particular.
Además, como
dicen los religiosos Himes y Coriden: Las personas que son la Iglesia
necesitan los sacramentos no sólo porque son santos sino porque son
pecadores. Los sacramentos no son un premio por una vida bien vivida, sino
un medio para ahondar en el amor de Dios y en el deseo de conversión.
Limitar los sacramentos a aquéllos que están completamente integrados en
la vida de la Iglesia pasa por alto el ejemplo de Jesús que compartió su
mesa con todos que se le acercaron, incluso los pecadores públicos.
"Pastoral Care", pág. 115.
Hay una
opinión teológica creciente en la Iglesia según la cual la Cena de Señor
es para el hambriento, no para aquéllos que están satisfechos. Nosotros
somos seguidores de Jesús que nos dijo que su Padre quería misericordia,
no sacrificio. Y de un Jesús que comió y bebió frecuentemente con
pecadores. ¿Está siendo la Iglesia infiel a su memoria si los pecadores
que pertenecen a ella comparten el Cuerpo y la Sangre en el banquete de la
Eucaristía que él nos pidió repetir en su memoria?
-
Los
católicos preocupados por su situación matrimonial pueden buscar a alguno
de los muchos sacerdotes o ministros buenos, compasivos y, sobre todo, al
día en estas materias y exponerles su situación. Les exponen claramente
sus ideas. Les dicen que quieren seguir la solución del fuero interno. Los
asesores o confesores les harán probablemente alguna pregunta relativas al
asunto y la pareja la contestará con sinceridad. Los consejeros no
ondearán una varita mágica y dirán, "Ustedes son libres de hacer lo que
quieran". Sino que les dirán, "Es su conciencia. Ustedes no pueden jugar
al escondite con Dios. Pero si están convencidos de que están obrando
bien, regresen a la Mesa de Señor".
Esta segunda
opción (consultar con un sacerdote, o con alguien en la comunidad católica
cuya opinión respeten) tiene una ventaja: puede darle a una pareja que
dude, una sensación importante de que ellos no se están engañándo, porque
están sometiéndose a un juicio aprobatorio (presumiblemente más objetivo)
de otro.
Si ellos
quieren volverse a casar:
Supongamos
que Tomás y Matilde no están todavía casados, pero van en esa dirección.
¿Pueden emplear ellos la solución del fuero interno y pedirle al sacerdote
que bendiga su matrimonio? No tiene nada de malo pedírselo. No tiene nada
de malo decir que sí. Él está acostumbrado a bendecir casas, automóviles,
barcos, aviones, incluso perros. Él puede bendecir a una pareja en su
mutuo compromiso amoroso. Lo que no puede hacer es bendecirlos en un rito
público que de la impresión que él está dando testimonio de un nuevo
matrimonio sacramental. Algunos sugieren que la pareja puede casarse por
lo civil, y después acudir con sus parientes más cercanos a la iglesia
para una bendición privada. Añaden que casarse primero civilmente y acudir
después a la iglesia para recibir la bendición del sacerdote se aproxima a
la práctica normal en casi el 70 por ciento del mundo católico (en México,
por ejemplo, y en muchos otros países latinoamericanos).
Pero, debido
a que los sacerdotes en la Iglesia Occidental son ministros de una Iglesia
que no tiene una tradición de bendecir matrimonios mientras el primer
esposo todavía vive (si no se ha concedido una anulación), no podemos
esperar que desafíen a la Iglesia jerárquica de una manera pública. Ellos
no podrán hacer nada más hasta que algunos de los teólogos más renombrados
de la Iglesia convenzan a algún futuro Papa y a sus consejeros que
propongan algunas normas que muevan a la Iglesia en una dirección más
amorosa, más compasiva. Esperamos que la Iglesia pueda encontrar una
manera de seguir creyendo en la permanencia del matrimonio y, al mismo
tiempo, reconocer que algunos matrimonios mueren.
Como
miembros de ARCC creemos que esta esperanza es realista. Durante más de 20
años organizaciones como la Sociedad Teológica Católica de América y la
Sociedad Americana de Derecho Canónico han luchado por reformar la
legislación matrimonial. Algunos teólogos defienden la total abolición del
proceso de anulación; entretanto, ellos sugieren que los pastores de la
Iglesia hagan más uso de la solución del fuero interno.
Los de ARCC
no decimos que todos los católicos vueltos a casar deban o no deban hacer
nada basados en nuestra declaración. Ellos deben pensar por sí mismos y
ejercer su propia conciencia como miembros de la Iglesia, y como los
Padres de Vaticano II los animaron a hacer en otro asunto, en la
Declaración del Concilio sobre Libertad Religiosa. Nosotros no tenemos
ninguna solución automática aquí, no ondeamos ninguna varita mágica.
Simplemente ofrecemos algunas palabras alentadoras, palabras que deben
alentar a muchos que han perdido el ánimo. Nos encontramos con estas
personas en el trabajo, celebramos fiestas con ellos, compartimos el pan
con ellos en reuniones familiares. Si hablamos en serio con ellos sobre
su situación, inmediatamente nos damos cuenta que están sufriendo (a
veces dolores profundamente reprimidos) porque los han hecho sentirse
malos católicos. "Yo era católico", dirán con tristeza. Pero, con
frecuencia, después de hablar con ellos, nos damos cuenta que son mejores
católicos que aquéllos que los excluyen. A simple vista, sus segundos
matrimonios parecen ser más reales, más amorosos, más fructíferos que sus
primeros matrimonios. Además, debemos alabarlos por tener la fe, la
esperanza y el amor--y la valentía—de intentar de nuevo tras el tropiezo
de su primer matrimonio. Por esta razón, los miembros de ARCC nos
atrevemos a hablar en nombre de estas personas de Dios, y esperamos darles
la bienvenida en el Banquete Eucarístico.
Septiembre de 1998
Nota: En
este ensayo el adjetivo americano/a se refiere a personas,
organizaciones. etc. de los Estados Unidos.
Nota
*In 1884, el
Papa León XIII divorció a dos judíos para que uno, casado con un católico
en una ceremonia civil, pudiera hacerse católico y ratificar el matrimonio
en la Iglesia. En abril de1924, Pío XI disolvió el matrimonio de un
protestante bautizado y de un judío para que el protestante pudiera
casarse con un católico. Poco tiempo después, disolvió el matrimonio de un
protestante y un pagano. Y, el 6 de noviembre de 1924, divorció a un
hombre no bautizado de su esposa anglicana para que pudiera casarse con
una católica, sin ninguna mención de la conversión del hombre. Pío XII fue
más allá. En 1947, divorció a una mujer no bautizada de su marido
católico, casados por un sacerdote católico, para que ella pudiera
convertirse al catolicismo y validar su matrimonio con otro católico. Tres
años después, el Papa permitió al esposo católico de un primer matrimonio
casarse de nuevo. El 12 de marzo de 1957, Pío XII disolvió el matrimonio
de dos musulmanes para que uno pudiera hacerse católico. Era la primera
vez que la Iglesia anulaba el matrimonio de dos personas no bautizadas.
Estos divorcios, o disoluciones, se concedieron bajo el denominado
Privilegio Paulino, o Privilegio Petrino--"a favor de la fe". El 7 de
febrero de 1964, Pablo VI aplicó el Privilegio Petrino concediéndole el
divorcio a una persona judía que se había casado con otra persona judía,
pero que estaba casado ahora con una católica, aunque el judío había
declarado abiertamente que él no deseaba convertirse. "El favor de la fe"
estaba concediéndose, al parecer, por cualquier tipo de beneficio que el
Papa permitiera. Para una relación más detallada, junto con las citas para
estos casos, véase Peter DeRosa, Vicars of Christ, the Dark Side of the
Papacy.
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"Pastoral
Ministry: The Divorced and Remarried." Origins 23 (March 10, 1994),
pp. 670-673.
Publicado el
8 de agosto de 1998 Primera revisión el 24 de abril de 1999 Registro de
propiedad literaria © 1998 Asociación para los derechos de católicos en la
Iglesia
Reacciones y
comentarios:
Ingrid Shafer
Traducción
del inglés:
Dr. Julián
L. Bueno, Ph.D. Southern Ilinois University at Edwardsville, Il 62026
Revisada por la Dra.Caridad Inda, CIRIMEX, Guadalajara, Jalisco, México
Association
for Rights of Catholics in the Church
P.O. Box 912
Delran, NJ 08075
USA
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