DIALOGAR Y DISENTIR:
UNA VOCACIÓN CATÓLICA NORTEAMERICANA
Traducción de
DIALOGUE AND DISSENT: AN AMERICAN CATHOLIC VOCATION
Por Leonard Swidler
A raíz del escándalo causado por los abusos sexuales del clero, a muchos católicos norteamericanos los indignó la mala administración y el encubrimiento del que fueron responsables una buena cantidad de obispos. Una de las iniciativas derivadas de esta indignación es la formación de La Voz de los Fieles (VOTF por sus siglas en inglés, que cuenta con más de 85,000 afiliados). LA VOTF se ha fijado tres metas: 1) apoyar a las víctimas del abuso sexual clerical, 2) apoyar a los sacerdotes íntegros y 3) trabajar por un cambio substancial en la estructura de la Iglesia Católica. No ha habido quejas sobre los dos primeros puntos, pero los católicos tradicionalistas, tanto laicos como clérigos, han desatado una creciente campaña de satanización de la VOTF y a todas las organizaciones que apoyan una reforma de la Iglesia católica, caracterizándolas como “disidentes”, como si disentir fuera algo pernicioso.
Los católicos en general y especialmente los católicos norteamericanos, pueden empezar a dudar de este derecho, e incluso de la obligación, de ser una oposición leal a través del disentimiento razonado y del diálogo. No está por demás recordar que este tipo de duda, no sólo no está justificada sino que, al contrario, lo que se necesita es lo opuesto, especialmente de parte de los católicos norteamericanos. El disentimiento razonado y el diálogo no deben verse como imperfecciones del catolicismo norteamericano, sino como parte de su madurez. Deben percibirse como su vocación.
¿Cómo sabe una comunidad que tiene una vocación? Probablemente la forma más importante, como lo hicieron notar el Papa Juan XXIII y el Vaticano II, es por medio de “los signos de los tiempos”. Sin duda los “signos de los tiempos” tanto en la historia secular como en la de la iglesia, apuntan hacia la necesidad de alejarse del estilo autoritario y patriarcal que ha prevalecido en el seno de la Iglesia Católica en los últimos siglos, y acercarse, en cambio, a una relación madura entre adultos acostumbrados a ejercer una libertad responsable y a dialogar. Además, como parte de esta vocación contemporánea, los católicos norteamericanos tienen una responsabilidad muy especial: trabajar por un Iglesia que modele las cuatro Ds – Deliberar, Disentir, Dialogar y Decidir – lo cual sería su contribución a la Iglesia Universal, ya que ha sido en los Estados Unidos donde tanto la libertad como sus necesarios concomitantes, la disensión y el diálogo, han alcanzado su mayor desarrollo tanto individual como comunitario. ¿En que argumentos se basa esta afirmación?
“Los fieles cristianos…tienen el derecho y, a veces, incluso el deber de manifestar a sus sagrados pastores su opinión en asuntos relativos al bien de la Iglesia.” “Aquellos que estén involucrados en las disciplinas sagradas, gozan de la legítima libertad de investigar y de expresar con prudencia su opinión en materias sobre las cuales son expertos.” Estas no son sólo las palabras exaltadas de algún grupo no-católico radical , ni las de un grupo de católicos liberales. Citamos los cánones 212.3 y 218 del nuevo CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO publicado en 1983 por la Iglesia Católica. Podrá parecerles a algunos que con estas citas se cierra el tema pero todavía hay más.
“Cristo convoca a la Iglesia en su peregrinar, a la reforma continua que siempre necesita…Que todos en la Iglesia…mantengan su propia libertad...aún en la explicación teológica de la verdad revelada…Todas las personas son llamadas...cuando es necesario, a comprometerse de todo corazón en el trabajo de renovación y reforma… El deber prioritario… de todo católico es determinar con honestidad lo que necesita ser renovado y hecho en el mismo ámbito católico.” ¿Quiénes son en estos momentos los
defensores radicales de la libertad y la reforma “ en la explicación teológica de la verdad revelada?” Todos los obispos católicos del mundo reunidos en el Concilio Ecuménico Vaticano II (Decreto sobre el Ecumenismo, no. 4).
El mismo Concilio también declara firmemente que “la persona tiene derecho a la liberad religiosa. Esta libertad significa que todos los seres humanos deben ser inmunes a la coerción por parte de individuos, grupos sociales y cualquier poder humano… A nadie se le obliga a que actúe contra sus convicciones en materia de religión en privado o en público…La verdad puede imponerse en la mente de los seres humanos solamente en virtud de su propia verdad.” (Declaración sobre la Libertad Religiosa, nos. 1,2). El Concilio también afirmó que la “búsqueda de la verdad” debe llevarse a cabo “por medio de un cuestionamiento libre…y del diálogo… Los seres humanos han de seguir su conciencia fielmente en todas sus actividades…No se les debe forzar a actuar contra su conciencia, especialmente en materia de religión”
(ibid. No.3).
Además, en 1973 la Congregación de la Doctrina de la Fe afirmó que “los conceptos” por medio de los cuales se expresa la enseñanza de la Iglesia pueden cambiar. “Las verdades que la Iglesia trata de enseñar con sus fórmulas dogmáticas son distintas a las ideas concebidas en una época dada y las verdades pueden ser expresadas sin éstas”. (Mysterium ecclesiae”) Pero ¿cómo pueden cambiar estos conceptos si no hay alguien que señale que pueden tener defectos y que se pueden mejorar; y sin que haya una Deliberación, una posible Disensión, y después un Diálogo que lleve a una nueva Decisión de cómo expresarlos?
Y un verdadero rompecabezas ”La discusión doctrinal requiere sensibilidad, tanto en la presentación sincera de nuestra opinión como en el reconocimiento de la verdad en todo momento, aún si esa verdad nos destruye a tal grado que nos obligue a reconsiderar nuestra propia posición tanto en la teoría como en la práctica.” Palabras de la Curia Vaticana (¡!) en 1968 (Humanae personae dignitatem).
Hasta el Papa Juan Pablo II fomentó la disensión responsable y apoyó a los teólogos en su invaluable servicio a la libertad. En 1969 el entonces Arzobispo de Cracovia, dijo: “La conformidad es la muerte de cualquier comunidad. Toda comunidad necesita una oposición leal.” Una década después, como Papa, declaró que: “La Iglesia necesita a sus teólogos, especialmente en nuestros días… Deseamos escucharlos y ansiamos recibir la valiosa ayuda de su erudición responsable….Nunca nos cansaremos de insistir en el eminente papel que juega la universidad… un lugar de investigación científica, constantemente poniendo al día sus métodos e instrumentos de trabajo…con libertad para investigar…(Ponencia a Teólogos y Estudiosos en la Catholic University of America,, 7 de octubre de 1979—[énfasis añadido]) Un poco después llegó aún más lejos, al recalcar que “La verdad es el poder de la paz… ¿Qué puede uno decir sobre la práctica de combatir o silenciar a aquellos que no comparten los mismos puntos de vista?” (Qué irónico que esta afirmación haya sido dada a conocer el 18 de diciembre de 1979, tres día después de que terminó el “interrogatorio” del Profesor Padre Edward Schillebeeckx en Roma y en el mismísimo día del quasi-silenciamiento del Profesor Padre Hans Küng.)
Pero el apoyo, y de hecho, la defensa del disentimiento responsable por los más altos funcionarios católicos no debe sorprendernos. Es parte del patrón acostumbrado en toda la historia de la humanidad. El ser humano es por naturaleza un ser histórico y por lo tanto sujeto a un cambio constante. Es de esperarse que posiciones establecidas, tanto teóricas como prácticas, de vez en cuando causen problemas. La manera de responder a estos conflictos es primero Deliberando, y si se juzga necesario, Disintiendo, después Dialogando y finalmente Decidiendo—dicha decisión puede en el futuro también convertirse en causa de deliberación, disensión, diálogo y decisión, etc. etc. Para la humanidad esta es la Ley Natural.
Esto ya lo podemos ver en la historia religiosa en la Biblia Hebrea con su tradición profética. Los profetas disintieron del establishment clara y fuertemente. (Establishment, palabra acogida por la lengua española, se entiende como el conjunto de personas, instituciones y grupos que controlan el poder político y económico de un país, región o ciudad.) Es cierto que frecuentemente el establishment opuso resistencia e incluso los mandó matar. Sin embargo, Israel, el Pueblo Escogido por Dios, como tal aceptó la tradición profética. Jesús, quien era un judío practicante, también perteneció a esta tradición profética—es más, sus seguidores lo llamaron profeta. Él retó al establishment. Fue un disidente. ¿Y los cristianos se dicen seguidores de Cristo?
Sus seguidores más cercanos, los discípulos y los apóstoles, sí siguieron su ejemplo. Ellos también fueron disidentes religiosos y por lo tanto también enojaron a la clase dirigente y en muchos casos sufrieron el mismo trato que su Señor y que muchos de los profetas que los habían precedido. Lo que debemos tener en cuenta es que desde los primero días de la cristiandad, como también en el judaísmo, ha existido la deliberación, la disensión, el diálogo y la decisión. El primer “Papa”, Pedro, lo vivió en carne propia cuando Pablo “se le enfrentó cara a cara”, y Pedro tuvo que cambiar.
Esta práctica de toma de decisiones en la Iglesia por medio del diálogo y del consenso continuó durante los primeros siglos. Pero, desde luego, tal diálogo y la llegada a un consenso definitivo por su misma naturaleza incluía la posibilidad de disentir. No se puede CONsentir sin tener la posibilidad de DISentir. Escuchemos, por ejemplo, las palabras de un maestro cristiano del Siglo I quien escribió antes de que el Nuevo Testamento se completara, algo que sorprendería a muchos , que la comunidad eligiera a su propio obispo: “Ustedes deben por lo tanto, elegir a sus obispos y diáconos… El ministerio que ellos les brindan es igual al de los profetas y maestros. No deben, por lo tanto, despreciarlos, ya que, junto con los profetas y maestros gozan de un lugar de honor entre ustedes.” (Didache 15;1-2)
Este disentir, dialogar, y consensar en la Iglesia no cesó al final del Siglo I. En el Siglo III tenemos a S. Cipriano escribiendo acerca de un tema teológico de suma importancia: “Este es un tema que debe ser considerado no solamente con el consejo de mis colegas, sino también con todo el cuerpo laico (cum plebe ipsa universa).” En otro momento escribió: “Desde el principio de mi episcopado, he decidido no hacer nada basándome solamente en mi propio criterio sino consultándolos a ustedes y obteniendo el consentimiento de la gente (nihil…sine consensu plebe).” También se dió esto en Roma, ya que los clérigos de allí le escribieron a San Cipriano: “Así con el consenso de obispos, sacerdotes, diáconos, confesores y también un substancial número de laicos, el problema fue resuelto…ya que no se puede establecer ningún decreto que no esté ratificado de común acuerdo por la pluralidad.” Un personaje tan reconocido como lo fue el Papa S. León el Grande a mediados del siglo V manifestó: “Que el que se vaya a poner ante todos sea electo por todos.” De hecho, el Papa Bonifacio VIII, epítome del autócrata, a principios del Siglo XIV escribió: “Lo que afecta a todos debe ser aprobado por todos.” (Referencias y citas más amplias se pueden encontrar en Leonard Swidler, Freedom in the Church (1969), Leonard Swidler, Toward a Catholic Constitution (1996).
Probablemente les sorprenderá a muchos saber que en la historia de la Iglesia Católica Romana no fueron siempre el papa y los obispos los supremos maestros de lo que era la verdadera doctrina católica. Por casi seis siglos de historia católica fueron los maestros, lo teólogos, los supremos árbitros quienes decidían lo que era correcto en la enseñanza católica. Esto se dio en los tres primeros siglos de la era cristiana y se repitió de los siglos XIII a XV.
Permítanme dar solamente un ejemplo del siglo XIV, el del teólogo francés Godofredo de Fontaines. El propone la siguiente pregunta - y fíjense como la presenta: “¿Debe el teólogo contradecir la declaración del obispo si cree que ésta se opone a la verdad?” Él responde que si no se trata de fe y moral, entonces debe disentir solamente en privado, pero si es materia de fe y moral “el maestro debe expresar su postura, sin importar el decreto episcopal...aún cuando algunas personas se escandalicen por esta acción. Es mejor preservar la verdad, aún a costa de un escándalo que callarla por miedo de un escándalo.” Y, Godofredo señala, esto sería cierto aún si el obispo en cuestión fuera el Papa, “ya que en esa situación lo suscrito por el Papa podría ser puesto en duda.” (Se encuentran referencias y una discusión más amplia en Roger Gryson, “The Authority of the Teacher in the Ancient and Medieval Church” citado por Leonard Swidler y Piet Fransen, eds., Authority in the Church (Nueva York: Crossroads, 1982), pp. 176-187).
Aún en el siglo XX, bajo el palio de la cacería de la herejía Modernista, nos encontramos expuesta en los manuales teológicos tradicionales—los cuales fueron estudiados por todos los actuales obispos con más de 60 años cuando eran seminaristas la doctrina de que “el consenso de los fieles es un criterio seguro de la tradición y la fe la Iglesia” (Consensos fidelium est certum Traditionis et fidei Ecclesiae criterium. Sentencia communis. Adolf Tanquerey, Synopsis Theologiae Dogmaticae Fundamentalis (New York: Benziger, 24 ed., 1937, p. 752) Pero, desde luego, como hemos dicho antes, sin la posibilidad de disentir no puede haber consenso. No estaríamos consintiendo si no nos fuera posible disentir – de otro modo estaríamos sencillamente como el perro de Pavlov, respondiendo automáticamente a un estímulo.
De igual interés, si no es que de más, es el hecho de que todos estos obispos que rebasan los sesenta años de edad así como los sacerdotes también aprendieron, cuando estudiaron teología moral, el sistema ético desarrollado por los Jesuitas y conocido como “probabilismo.” En forma sencilla, podemos decir que el probabilismo quiere decir que ante un tema moral en discusión un católico puede con la conciencia tranquila aceptar una posición aún cuando solamente la proponga una minoría de reputados teólogos morales.
Por ejemplo, antes de 1960 ningún teólogo moral sostenía abiertamente la posición de que el control artificial de la natalidad pudiera aceptarse bajo ciertas condiciones y que pudieran utilizarlo los católicos con la conciencia tranquila. Por lo tanto, a ningún católico le estaba permitido hacerlo. Pero en los últimos años de la década de los cincuentas, un sacerdote belga, el P. Luis Jansens publicó un artículo en el que argumentaba que bajo ciertas circunstancias podía ser moralmente posible para una persona católica usar alguna forma de control de la natalidad artificial, y poco después se celebró el Segundo Concilio Vaticano(1962–65) con sus influencias historicistas y liberadoras y los temas sobre el control de la natalidad y la paternidad (y maternidad) responsables fueron ampliamente discutidos. Más y más teólogos católicos empezaron a aceptar la idea de que el control de la natalidad podía ser legítimo. Por lo tanto, desde entonces fue posible para los católicos usar el control de la natalidad con la conciencia tranquila ya que al menos una minoría de teólogos católicos respetables se adherían a esa posición. Para 1968 la gran mayoría ya la apoyaban. Fue entonces que el Papa Pablo VI se puso de parte del 5% de su comisión internacional que argumentaba en contra y escribió su encíclica Humanae vitae en contra del control artificial de la natalidad. Ahora, como el probabilismo—el cual Pablo VI y los demás sacerdotes de su tiempo habían aprendido--- postulaba, desde que Pablo VI y un pequeño número de otros teólogos adoptaron la posición negativa, los católicos pudieron con la conciencia tranquila , seguir la posición del Papa sobre el control de la natalidad aunque tal vez hubiera una razón aún mayor para haber seguido a la gran mayoría que favorecía el control de la natalidad.
Para que nadie crea que solamente los radicales de hecho disienten públicamente de una enseñanza manifestada oficialmente por un Papa, se debe recordar que en respuesta a Humanae vitae las conferencias episcopales, por lo menos las de Bélgica, Alemania, Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica hicieron declaraciones públicas que en esencia decían que en último caso, cada pareja católica podía seguir su propia conciencia en lo relativo al control artificial de la natalidad, aún cuando esto los llevara a oponerse a la posición de Pablo VI (según las encuestas actuales más de tres cuartos de los católicos estadounidenses aprueban de hecho el control artificial de la natalidad). Los obispos estadounidenses dijeron explícitamente que “la expresión del disentimiento teológico es aceptable” si se observaban tres condiciones: “1. si las razones son serias y bien fundamentadas, 2. si la manera de disentir no cuestiona o impugna la autoridad magisterial de la Iglesia, y 3. si no es para dar un escándalo.”
Para responder a la objeción de que el disentimiento público supuestamente pueda escandalizar a los fieles, la Asociación para los Derechos de los Católicos en la Iglesia (ARCC) manifestó que “si escandalizar quiere decir hacerles daño a los fieles induciéndolos al error, entonces el escándalo se da en realidad no cuando la disensión se expresa en público , sino cuando las enseñanzas dañinas no son corregidas como resultado del diálogo público que surge de tal disensión. (ARCC Declaración sobre “Dissent and Dialogue in the Church,” 1986, http:).
A pesar de la gran cantidad de documentos y precedentes a través de los siglos a favor del disentimiento responsable en la Iglesia, en agosto de 1986, el Arzobispo Hickey de Washington, DC públicamente trató de regresar a los primeros siglos argumentando apoyo vaticano. Refiriéndose a las normas publicadas por los Obispos Estadounidenses en 1968 en relación con el disentimiento teológico que hemos mencionado, comentó: “Me parece que hemos visto que estas normas aplicadas al disentimiento público sencillamente no funcionan.” Más memorable aún fue su afirmación de que la Santa Sede había dicho que “no existía el derecho a la disensión pública” (todo esto sucedió durante la época en que el Vaticano había despedido a Charles Curran de la Catholic University of America). Salta a la vista que al Vaticano le gustaría que esa fuera nuevamente la realidad católica, como si el Segundo Concilio Vaticano y la libertad resultante nunca hubieran ocurrido. Pero clara y explícitamente esta afirmación del Arzobispo tiene la cualidad de quitarnos el aliento al decir en voz alta que el Emperador está desnudo.
En 1864, el Papa Pío IX en el Índice condenó “esa errónea opinión altamente perniciosa para la Iglesia Católica…llamada por nuestro predecesor Gregorio XVI “locura” (Deliramentum), de que la libertad de conciencia y de culto es el derecho de todo ser humano.” Un siglo después, el Concilio Vaticano II en su Declaración sobre la Libertad Religiosa afirmó: “La libertad religiosa en la sociedad está en completa armonía con el acto de fe cristiana” (No. 9) ¿Cómo cree el Arzobispo de Washington, o cualquier otra persona, que la Iglesia Católica cambió de la condenación a la recomendación de la libertad religiosa? Obviamente muchos católicos disintieron pública y sustancialmente por un largo tiempo--y a veces con un gran costo personal (recientemente a mediados de los años 50s el sacerdote norteamericano John Courtney Murray fue silenciado por el predecesor del Cardenal Ratzinger por defender en público la libertad de conciencia).
El Código de Ley Canónica de 1917 prohibió a los “católicos participar en controversias con los no-católicos sin el permiso de la Santa Sede” (canon 1325,3). Y en 1919, 1927, 1948, 1949 y 1954 el Vaticano explícitamente repitió su rechazo a participación católica en el ecumenismo. Pero en 1965, el Vaticano II “exhortó a todos los fieles católicos a…tener una participación activa e inteligente en el trabajo de ecumenismo…La preocupación por restaurar la unidad involucra a toda la Iglesia, se extiende a todos, tanto a los laicos como al clero.” (Decreto sobre el Ecumenismo, nos. 4,5) ¿Cómo supone el Arzobispo Hickey, o cualquier otra persona, que se dió el cambio de la excoriación a la exhortación al ecumenismo católico? Otra vez, sólo con mucha deliberación pública, disensión y diálogo se llegó a este cambio radical.
El catolicismo es una fe viva, no una imitación muerta de un pasado que ya no existe. La teología católica es una reflexión contemporánea en categorías de pensamiento modernas al enfrentarse a situaciones problemáticas acerca de lo significa pensar y vivir como católico cristiano en este mundo concreto. Solamente repetir el pasado como pericos es pervertirlo. Ser cristiano quiere decir hacer lo que Jesús pensó, enseñó e hizo comprensible y aplicable con el lenguaje y la vida de hoy. Tanto la vida como la teología cristianas deben ser dinámicas, no muertas, y por lo tanto su centro debe ser la Deliberación, la Disensión, el Diálogo, la Decisión—lo cual, desde luego, lleva a más Deliberación, Disensión…
“Una de las funciones principales del Magisterio y especialmente de la Congregación de la Doctrina de la Fe, no debiera ser el ponerle un alto a la Deliberación, la Disensión y el Diálogo, sino precisamente promover, animar, y dirigirlo por los canales más creativos posibles. Como se urgía en una petición de 1979 en apoyo del P. Schillebeeckx, firmada por cientos de teólogos: “la función de la Congregación de la Doctrina de la Fe debería ser promover el diálogo entre teólogos de diferentes metodologías y enfoques a fin de que las expresiones teológicas más esclarecedoras, útiles y auténticas puedan a la larga ser aceptadas.
“Por lo tanto, hacemos un llamado a la Congregación de la Doctrina de la Fe para que elimine de sus procedimientos “las audiencias” y procesos semejantes, sustituyéndolos por diálogos que pudieran girar sobre un tema específico o si se considera importante enfocar el trabajo de un teólogo en particular, podría traerse no solamente al teólogo y a los consultores de la Congregación de la Doctrina de la Fe sino también a un grupo selecto de los mejores teólogos y estudiosos a nivel mundial de diferentes metodologías y enfoques. Estos diálogos podrían ser coordinados con la colaboración de la Comisión Teológica Internacional, la Comisión Bíblica Pontificia, universidades, facultades teológicas y organizaciones teológicas. De esta manera, los mejores expertos en el tema podrían trabajar hasta llegar a una solución aceptable. Desde luego que este proceso no es nada nuevo, es precisamente el que se usó durante el Segundo Concilio Vaticano.” (reimpreso en Leonard Swidler, Küng in Conflict [New York: Doubleday, 1981], pp. 516 ss.)
De hecho, hasta el Papa y la curia escribieron sobre la absoluta necesidad de dialogar y dieron las pautas de cómo debería ser conducido éste. El Papa Pablo VI en su primera encíclica, Ecclesiam suam (1964) escribió que el diálogo “es perentoriamente necesario en nuestros días. Lo exige el dinámico movimiento que está cambiando la faz de la sociedad moderna. Lo exige la…madurez que la humanidad ha alcanzado en nuestros días.” Después, en 1986 el Vaticano declaró que “la voluntad de dialogar es la medida y fuerza de esa renovación general que debe llevarse a cabo en la Iglesia, la cual implica aún mayor aprecio por la libertad… El diálogo doctrinal debe iniciarse con valor y sinceridad, con la mayor libertad…reconociendo la verdad dondequiera que esté, aún si esa verdad nos destruye de tal manera que nos obligue a reconsiderar nuestra propia posición… Por lo tanto, la libertad de los participantes debe ser asegurada por la ley y reverenciada en la práctica.” (Humanae personae dignitatem, 28 de agosto de 1968, énfasis nuestro).
Por lo tanto, ¿qué debemos hacer los católicos de hoy cuando un retorno al autoritarismo centralizador está tan de moda? Primero, no debemos dejar la Iglesia sino amarla, y eso significa vivirla, vivir de ella, vivir en ella, y vivir con ella, de manera que nos ayude a llevar una vida más plena—que es lo que Jesús nos enseña (nuestra “salvación.” Salus, una vida plena y saludable—amándonos a nosotros mismos, a nuestro prójimo, al mundo que nos rodea, y así a la Fuente). Pero ese amar, ese vivir la Iglesia significa crecer en “salvación,” salus, madurez, y para eso necesitamos la Deliberación; y cuando sea apropiado el disentir (aún si es doloroso), un esfuerzo por dialogar con el otro (aún cuando éste nos rechace) para que una nueva y siempre más madura Decisión final pueda tomarse…Esa es nuestra vocación católica (como norteamericanos).
Leonard Swidler, Catedrático de Pensamiento Católico y Diálogo Interreligioso en la Universidad de Temple, co.editor con Hans Küng de La Iglesia Angustiada: Ha Traicionado el Vaticano al Segundo Concilio Vaticano? (1987) y autor de Hacia una Constitución Católica (1966) es Co-fundador (1980) de la Asociación por los Derechos de los Católicos en la Iglesia (ARCC).